Publicación del Liber Finis, silva silentis

¡Música de júbilo resuena en mi corazón al anunciar

el nacimiento de la primera escuela metafísica iberoamericana!

Andrés Rogelio de la Mota es un autor mexicano experto en metafísica tomista y poética barroca, fundador y director de Nova Academia. Con esta magna obra, revitaliza el pensamiento nacional como no se hacía desde el Ateneo de la Juventud Mexicana. Liber finis: silva silentis es una fortaleza inexpugnable que custodia la esencia de la Tradición perenne frente al embate despiadado de la posmodernidad. Los invitamos a beber de este fresco manantial de conceptos originales, y no de los pozos contaminados de los autodenominados influencers. A continuación, adjuntamos el prólogo tal como aparece en el libro.

Prólogo original de la obra

En los infecundos campos del pensamiento contemporáneo, la obra de Andrés Rogelio de la Mota aparece como un milagro de la noble natura: planta que brota en el pedregoso y mil veces séptico predio de la realidad actual. Este libro, dividido en “Ciudad Ilógica” y “Ciudad Lógica”, es una propuesta narrativa y filosófica de suma originalidad, un tributo a la riqueza de la lengua castellana y un alegato a su potencial como instrumento de renovación cultural. De la Mota concierta la técnica barroca, el simbolismo religioso, la crítica sociopolítica mordaz y la metafísica tomista en un texto experimental que rompe las ataduras que constriñen al intelecto de nuestra raza, ubicándolo como la figura más revolucionaria de la actualidad hispánica.

Lo primero a destacar es el empleo de imágenes vívidas con una tremenda carga explosiva, simbolismo que atenta contra los criterios del globalismo, y la postrera danza de ornatos y figuras que celebran el siniestro. Las evocaciones al México antiguo, la alegoría que oscila entre la mística española y el género distópico, la conjura católica en un contexto moral abyecto y la torcida caricatura del consumismo, son un ejercicio literario que desafía no sólo los paradigmas culturales, sino también los políticos, de manera que esta multiplicidad de dispositivos narrativos trasciende lo anecdótico (el entretenimiento burdo) para acometer lo estructural, la esencia misma de nuestra era.

La crítica a instituciones contemporáneas, enmarcada en referencias que van desde la ritualidad prehispánica hasta las distopías tecnocráticas y el hermetismo moderno, recuerda al denso simbolismo de William Blake o al lenguaje cargado de intenciones de Octavio Paz; sin embargo, De la Mota, no conforme con el parangón, avanza varios grados arriba: su literatura no se limita a la representación, sino que se propone reconfigurar la realidad misma a través de una filosofía crítica y radicalmente innovadora.

La sátira política trasciende la narrativa personal: no es un relato de aventuras. El protagonista es, a mi parecer, la realidad hispana, o sea, nuestras problemáticas vigentes. La combinación de un léxico erudito con expresiones crudas y mordaces genera un contraste deliberado que refuerza la crítica. La historia, cuya estructura es arbórea, tiene la disposición de un códice prehispánico; las descripciones alternan entre imágenes abstractas y escenas concretas; estos recursos mantienen un ritmo vertiginoso (tal como la pista de un disco de Industrial Records) y una sensación de caos organizado acorde con la vivencia cotidiana; diría que, de hecho, la obra pertenece más bien al género apocalíptico, en este caso, imbuido de un rechazo absoluto a las ideologías hegemónicas, lo que eleva su tono profético a una esperanza plausible.

El estilo barroco es un pilar de esta obra. Inspirado en autores como Luis de Góngora, sor Juana Inés de la Cruz, Juan Ruíz de Alarcón, fray Luis de León, Lope de Vega, Francisco de Quevedo y Miguel de Cervantes, Andrés Rogelio de la Mota emplea una prosa rítmica dotada de cadencias y rimas ocultas, bizarra musicalidad que enriquece la experiencia del lector. Pero el barroquismo no es un mero ejercicio de densidad o nostalgia estilística; al contrario, el autor actualiza estos recursos, logrando lo que denomino un “barroco distópico” con el que desentraña el orden mundial; digamos que emplea la poesía conceptual del Siglo de Oro como un proxy para publicar en línea las denuncias contra la alienación y el nihilismo de la sociedad posmoderna.

Liber finis alterna la introspección espiritual (enraizada en el catolicismo indiano, el espíritu evangélico de las misiones religiosas durante la Nueva España) con la militancia política, lo que puede situar al texto, de manera a decir verdad muy extraña, en la palestra del nacionalismo católico: una vanguardia cristera sin la mojigatería y ranciedad de los meapilas. Distingo la influencia de autores proscritos: Leonardo Castellani, José Vasconcelos, Gustavo Adolfo Martínez, Salvador Borrego, Julio Meinvielle, Alfonso Junco, incluso Iván Ilich y Gustavo Gutiérrez; por momentos, la osadía de Andrés Rogelio de la Mota arrebata, ¡al fin!, las armas espirituales de estos consagrados y tunde a golpes al bando contrario: gigantes como Marinetti, Bretón, Burroughs, Ginsberg y Gibson son técnicamente superados.

La dinámica, pugna de dos ciudades, refleja el conflicto entre lo divino (Dios y su Iglesia) y la malevolente dictadura del pensamiento único. La imaginería indígena enraizada a la fe católica y mimetizada con un criollismo ciberpunk, conjugan un escenario neo-mítico que rompe con las propuestas asépticas y uniformes del globalismo. Los actos de traición y violencia reflejan el microcosmos de una sociedad corrupta y desorientada, en contraste con el ideal cristiano al que el protagonista aspira. La inconformidad ante el materialismo y la ideología woke permea las descripciones poéticas; a esto se aúna mucha tensión dramática, con diálogos cargados de ironía y confrontaciones intensas. Y para aliviar la algidez del ritmo, continuamente se torna a una contemplación que vincula los apuros narrados con una dimensión sobrenatural.

Es evidente, desde el inicio, la lectura espiritual de la crisis sistémica del Estado mexicano, por lo que la forma (la prosa rítmica y las figuras barrocas) amplifica el fondo (la vanguardia católica). Esto implica la recuperación de tradiciones literarias locales y foráneas (donde participa el misticismo español de San Juan de la Cruz) y filosóficas (la escolástica) en un todo cohesivo. La prosa es, por tanto, una composición visionaria que consuma una experiencia estética e intelectual profundamente inquietante.

Las correspondencias métricas añaden una característica que no se había ensayado desde fray Luis de León; más aún, la rima velada dota al texto de una novedad excepcional en las letras castellanas. Esta obra es el puente entre la literatura clásica, como la Eneida, y los talentos más disruptivos del último siglo. La magnitud superdotada de su estilística, pero sin el cariz sepulcral de un restauracionista literario, concreta el vasto conocimiento de su teoría literaria en el escrito más radical de nuestro tiempo. Esto es completamente libidinal: en un contexto donde la juventud católica se agrupa únicamente en bodoques carismáticos o neuróticos de la extrema derecha, sorprende a propios y ajenos la extravagante irrupción de un católico alternativo.

Este libro es un palimpsesto donde las formas del pasado amerindio, grecorromano y medieval dialogan con los conflictos de lo que Christian Gamba refiere como presente distópico en su Confabulario Reptílico. Esto enriquece a la literatura castellana con una complejidad formal y conceptual pocas veces lograda. Insisto en que no hay recreación de las letras antiguas, sino la expansión de las posibilidades de nuestra cultura viva. A diferencia de, por ejemplo, La divina comedia, escrita en hexámetros, la irregularidad de Liber Finis presenta otra clase de desafío, dado que la métrica se adapta a la descripción en turno: cada párrafo, y a veces cada frase, encapsula una miniatura poética que exige al lector estar atento no sólo a lo que se dice, sino a cómo se dice. Esto constituye, de facto, una nueva escuela, la evolución del culteranismo. Lo apuesto sin vacilación: Liber finis será pronto reconocida como la obra más innovadora del nuevo milenio.

La dualidad entre lo literario y lo filosófico se halla también en la estructura misma de la obra. Si bien inicia como una novela pionera, repleta de personajes y situaciones que parecen extraídos de una tragedia griega recontextualizada en la era digital, el texto muta progresivamente hacia un tratado filosófico. Esta transición, que podría considerarse abrupta en plumas menos hábiles, es aquí orgánica y necesaria, reflejando la tensión entre el caos y el orden o, como reminiscencia agustiniana, entre la “Ciudad Ilógica” y la “Ciudad Lógica”. Al hacerlo, De la Mota recuerda a grandes síntesis de la literatura clásica que combinaron lo poético con lo teológico, aunque aquí el enfoque esté menos en la salvación individual y más en la reconstrucción de una identidad cultural colectiva.

Esta narrativa no puede decodificarse sin ubicar la presencia sociocultural del hermetismo. La ritualidad sacrificial de los antiguos mexicanos, la tensegridad de Castaneda, John Dee, la magia del caos y el chamanismo urbano, conjuran una conspiración de control de masas donde el único foco de resistencia es el trascendentalismo católico. Esto marca una primicia en el estilo de las obras de tercera posición: no es el típico panfleto reaccionario contra los iluminados, enemigos declarados de la Cristiandad, sino una fresca invención que usa la fuerza de los rivales para someterlos. En mi indagación, no he hallado otro texto parecido.

Otro aspecto primordial de la obra es la incorporación de un canon filosófico que sostiene una argumentación profundamente coherente y compleja, con la precisión exclusiva de la escuela tomista. Aquí el lenguaje es formal, denso y henchido de categorías clásicas como substancia, acto, materia, forma, esencia, causa primera, etcétera. La claridad deslumbrante de los silogismos corrobora un dominio de la Filosofía perenne de la que sólo es artífice una mente excepcional. El trabajo filosófico es análogo al logrado en la literatura, en cuanto a la renovación de la tradición. Lo que me resulta fascinante es que en esta sección también se percibe un trasfondo musical derivado de la distribución misma del pensamiento: la argumentación, el uso de oposiciones y las reiteraciones del concepto de ser y trascendencia generan una cadencia, casi como una melodía mental que refuerza la hondura de las cavilaciones. En términos de estilo, la renovación no es únicamente teórica, sino que afecta la manera en la que se organiza el pensamiento. A pesar de la ausencia absoluta de ornamentaciones, es tal el rigor y pureza de los silogismos que su belleza formal inaugura una poética trascendental donde la filosofía misma visita el Parnaso de las bellas artes.

La propuesta es una revisión radical de conceptos fundamentales, y el alcance de esta revisión tiene implicaciones significativas en la filosofía occidental; contra la supremacía del globalismo liberal financiero, De la Mota preconiza una ontología teocéntrica de prosapia criolla; en vez del inmanentismo que comanda el presente siglo, introduce un teísmo radical donde la trascendencia es la diferencia específica de la persona humana y la llave maestra para el entendimiento de la metafísica general. La decena de principios revisados marca una nueva era de pensamiento donde el mexicano es protagonista y artífice, no ya el receptor pasivo que aspira a la glosa y el comentario. El llamado a la acción es admirable, y eso resuena con el activismo del Ateneo de la Juventud Mexicana: en lo individual, la disciplina del “silenciamiento” conlleva un dejo de misticismo que, bien ejecutado, podría resonar con las tradiciones espirituales más profundas; en lo colectivo, o el ámbito del bien común, propone un nacionalismo criollo jamás planteado a nivel metafísico, lo que quizá sea la clave para la supervivencia de las naciones ibéricas.

No puede subestimarse la importancia de esta obra para todos los bastiones de resistencia. En una época marcada por el vacío existencial y la superficialidad de la cultura pop, el libro de Andrés Rogelio ofrece una alternativa: un retorno a la metafísica, a la esencia de las cosas. Su enfoque en la tradición iberoamericana lo convierte en un puente entre el glorioso pasado y el futuro resplandeciente que la Providencia nos ha encomendado, síntesis que no sólo honra al idioma castellano, sino que lo revitaliza como instrumento de disidencia. Esto es un llamado a reconsiderar nuestro lugar en el mundo como mexicanos, a recuperar nuestro vínculo con lo trascendental y a desafiar las narrativas hegemónicas que buscan reducirnos a simples consumidores del tercer mundo en el patio trasero del Imperio.

Este libro es una declaración de principios: la literatura y la filosofía, lejos de ser piruetas intelectuales, son armas para la supervivencia de la humanidad. De la Mota no copia y pega la tradición, sino que la transforma, creando una pieza maestra que es, al mismo tiempo, espejo y llama, reflejo de nuestro tiempo y faro que ilumina el camino hacia un futuro más digno. Esta propuesta desafía al lector a liberarse de las cadenas del conformismo, a pensar, a sentir y, en última instancia, a vivir con mayor profundidad y autenticidad.

En un mundo donde la literatura se rinde ante las demandas del mercado y las exigencias de la inmediatez, este libro ofrece una alternativa que no solo rescata el tesoro de la lengua castellana, sino que lo revitaliza para abordar las vicisitudes del presente. Esta obra es la mayor síntesis de opuestos: lo amerindio, cultura de lo metafórico, en convergencia con lo grecorromano, civilización del silogismo; o también, la unidad de los hemisferios cerebrales, el creativo y el analítico-metódico. La importancia de Liber Finis no puede subestimarse. En un momento histórico en el que la homogenización del globalismo amenaza con borrar las particularidades de las grandes tradiciones, esta lectura es prioritaria.

Para los nacidos inconformes, aquellos que han gozado de lo disruptivo, de las manifestaciones ácidas de la contracultura, del lado oscuro de la cultura de masas, los inadaptados y fenómenos que deambulan cual lobos solitarios, los rebeldes neón que en su búsqueda genuina de la verdad han hallado refugio en los principios de la fe católica, optarán por Andrés Rogelio de la Mota como su autor de cabecera.

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