Nova Academia no sólo preserva y transmite la cultura clásica, sino que también publica obra original. En esta novela, Christian Gamba desafía abiertamente a la ideología de género.
Christian Gamba es un escritor argentino cuya narrativa previa, El país de los ratones, fue presentada por el reconocido filósofo Alberto Buela. Ahora publica en México esta novela distópica que nos transporta a un universo retorcido donde la naturaleza humana se corrompe a causa del progresismo. Confabulario Reptílico destaca como la única obra literaria que se atreve a desenmascarar la dictadura del pensamiento único.
Confabulario Reptílico es el texto contemporáneo más transgresor de todo el Cono Sur. La investigación del detective que protagoniza esta historia nos revela la terrible verdad que esconde nuestra sociedad abierta. El trasfondo es sumamente profundo: este libro manifiesta la confrontación abierta entre las dos cosmogonías que se disputan el alma humana: la Tradición perenne versus el modernismo cabalista.
Andrés Rogelio de la Mota (México) y Christian Gamba (Argentina) presentan una nueva corriente de pensamiento: la palabra nueva. Sus libros son la mayor revolución actual contra el statu quo.
Confabulario Reptílico enciende las llamas de la reflexión crítica al cuestionar los cimientos de la cultura woke; su narrativa abandona las convenciones y el conformismo de los escritores de nuestro tiempo. Christian Gamba sintetiza la cosmogonía amerindia y la estilística gauchesca en una novela distópica donde el protagonista, en su intento de resolver un crimen, se encuentra con una revolución en ciernes; pero dicha revolución es esencialmente espiritual, lo que nos brinda una grata sorpresa al final de la obra.
Versión digital en PDF a $399 pesos MX que incluye la obra Liber finis, silva silentis, de Andrés Rogelio de la Mota.
Versión impresa de lujo a $499 pesos MX (mas gastos de envío).
Ambas versiones contienen el texto íntegro sin censura. La edición impresa es de pasta dura encuadernada a mano (los libros de ahora son pasta blanca couché, papel bond y pegados con hot-melt). Aprovecha la oportunidad de conseguir una obra impublicable en todas las democracias de Occidente.
A continuación, adjuntamos las primeras páginas del libro.
En el tiempo de Los Gemelos, un varón, y sólo uno, aunque muchos eran tomados en cuenta, ingresó en la Central Estatal de Policía. Ixpiyacóc, que se encontraba solo y en la mitad del camino de su vida, se alojaba en un departamento sórdido, en el piso veintisiete y sin otra vista que la sombra de la luz del día. Ixpi, como le decían algunas mujeres, desde temprano se había dedicado a la profesión de detective privado. Sus carreras facultativas, todas inconclusas, daban fe de una profunda devoción por la diversidad de temas y, asimismo, la necesidad de concluir sus estudios alguna vez. Yo me adjudiqué mis propias licenciaturas y doctorados en investigación y lógica, solía decirse. Ahora el detective podría contar con todo el aparato estatal, para llevar a cabo sus investigaciones; y los tucur-búhos, entrenados para la escucha comprensiva de voces e imágenes y transportadores de cámaras satelitales, le asegurarían la omnipresencia topográfica. Pero otras eran las preocupaciones de Ixpiyacóc. Debía presentarse a su primera jornada laboral. ¡Esa música que suena todo el día!... Me voy a enloquecer, maldita Vieja y sus DJ Brum-Brum de la monotonía absoluta. ¿Y la distorsión?, ¿esos ruidos mezclados con el chischischis?... Entiendo desde hace tiempo por qué se persigue y mata a los DJ Brum. ¡Y pensar que he desentrañado el escondrijo y el nombre de esos asesinos heroicos! Los DJ son plaga lucrativa porque la Vieja les da trabajo, se decía el detective, algo indignado.
Imaginaba que le tendrían preparada una bienvenida sorpresa, o algo así. Mientras se encontraba sentado a la mesa −en la cual un inmenso porongo revestido de cuero vacuno, aunque descocido y sexagenario, hacía ruido−, Ixpiyacóc, que había bebido tres termos ya, seguía aspirando la bombilla herrumbrada de un mate desfalleciente. Es hora de ir a trabajar, sonó la trompeta; el mate me lo confirma, se dijo. Luego, se miró y sintió repulsión. ¡Este piloto negro tan fino y todo para arruinarlo con la estampa de una vieja!, expresó. Hasta en la espalda y las solapas debo hacer propaganda de un ente abstracto del demonio, agregó el detective. Se quedó ensimismado, farfullando entre dientes, y terminó por decir: ¡Y pensar que muchos creen que soy un fanático de Los Gemelos! Yo más que fanático, me siento un esperanzado y ahora trabajaré para el LGNBT (Legendario Gobierno No Binario Totalitarista). ¿Quieren más pluralidad, o me terminarán arruinando?, concluyó.
A punto de llegar a la Central Estatal de Policía, sonó el recordatorio de tareas de su celular, y el proyector del mismo, emitió una voz femenina. Le indicaba:
Ixpiyacóc nieto, debes tu vida y gracia a Las Sabias, a Les Formadores, a Les maestres. Agradece que ellas y elles quieran que sea grato tu primer día de trabajo. ¡Buena suerte! Y la voz femenina calló.
Ixpiyacóc recordó el respeto que tenía por Los Gemelos, y no ignoraba que éstos eran nietos de la vieja Ixmacuné (patrona de todos los clanes), la mujer que había gobernado durante tres décadas Xibalbá. El clan de Los Gemelos, soberano desde un par de años atrás, sospechaba de las estratagemas de la Vieja, de la Abuela Madre, quien deseaba retornar a su posición de privilegio y mandar a sus nietos a las obscuridades de la tierra.
El mundus no era nada sin que yo fuera alguien. Hablé y las cosas nacieron. El sol, el cielo, el mundus enterus salió de mí, de la Tierra, de Xibalbá. Tal cual un árbol, así se manifiesta mi ser. Tengo ramales en los que se han levantado miles de edificios altísimos, donde la mano traidora de los ladrones no puede acceder −expresaba la voz de Ixmacuné en Radium Mundus−. Ésta transmitía la gran onda en Xibalbá, y lo hacía para que todos pudieran escuchar y ver. En las marquesinas, los mensajes periodísticos y publicitarios abrumaban a los ciudadanos en las dimensiones posibles. Los edificios emitían la misma información, tanto en el espacio exterior como en el interior de los departamentos de la ciudad. El detective se encontraba propenso a su próximo vómito, ya que, cuando consideraba la descomunal bruma de información, se sentía intoxicado y las náuseas aumentaban. Entonces, escuchó una de las propagandas más detestables:
Aborte y hágase la planicie abdominal, dos por uno. Venga ya, al
séptimo aborto le regalamos el próximo. ¡Lo esperamos en Estética Zen!
Pero esa propaganda no era la que más asco le producía, sino la siguiente:
Dios perdona todos sus pecados, incluso hace el milagro de resucitar
al abortado. Venga a la Iglesia Universal y sea parte del Reino de Dios.
¡Y justo hoy!, un día de tantos problemas, ¡supuestamente de tanta violencia!, debo cumplir con mi trabajo a los vómitos limpios, rezongó. Ixpiyacóc sacó su pañuelo negro y lo olió. El perfume de una mujer muy querida, le recordaba que la vida no era tan mala. Bajó por las escaleras, el ascensor no le complacía. Seguramente, se dijo, me toparé con alguna feminista, un domado o un machista, ¡la misma estupidez de los clanes Ista!
En menos de diez minutos estuvo en la calle, a media cuadra de su departamento, en la Plaza Central, que él adoraba por sus árboles coposos de antaño. Ahora quedaba sólo el del medio, abajo del cual se exhibía la cabeza del delincuente. El detective, poco asombrado, se decía: Otra vez un degüello, ¿qué pasó ahora? ¡A que fue un femicidio! Ixpiyacóc cruzó la calle, en diagonal. Transitaba hacia la plaza, cansinamente, con sus manos en los bolsillos de su piloto negro; lucía un pantalón ceñido y zapatos en punta del mismo color. El atuendo se complementaba con sus ojos azules y su cabello negro, casi al ras de la piel y volcado hacia atrás en largo flequillo, contrastando con su tez blanca. ¡Siempre la misma historia!, andan usando la cabeza de un masculino como pelota, farfulló el detective. Ixpiyacóc aborrecía el ritual del degüelle. Dos varones y dos mujeres, cada uno ubicado en el extremo de un cuadrilátero, cuyo centro era el jícaro de la plaza, pateaban la cabeza de un señor. Los del lateral derecho, uno vestido de rojo, el otro de negro; las del lateral izquierdo, una de blanco y su compañera de amarillo. Se entregaban la pelota con pases de pie. El detective observaba algo similar en estos casos: las máscaras de los jugadores, representaban la cara de Ixmacuné. Le parecía una aberración. ¡Esa Vieja con tocado de serpiente y cara de tigresa, de fiera desatada!, se dijo. No vi jamás rasgos guerreros tan violentos como los de esta Vieja, agregaba, asqueado. Y al evadirse de sus abstracciones, notó cómo la cabeza continuaba siendo pateada por los jugadores y desangrándose, conformando una dinámica equiparable a un monstruoso deporte −lo cual no tenía nada de extraño−. Ixpiyacóc, por su parte, dejó de acercarse. Quedó helado, inerte. Esa cabeza habla, no puede ser…, me estoy volviendo loco, esa cabeza me advierte que de nada sirve este ritual, de nada…, se decía, alterado. Se dio media vuelta, volvió a cruzar la calle y caminó derecho, sin mirar hacia atrás. No puedo decir nada de mi visión reciente, me van a tratar de esquizofrénico violento, y los tucur me verán, me grabarán y me denunciarán, reflexionó. Al pensar de esta manera, se calmó y recordó que debía reponerse para ir al trabajo. Miró su reloj pulsera. Llego justo, faltan diez minutos, se dijo.
Caminó las próximas cuadras tratando de poner su mente en blanco y relajarse, dejar que su cuerpo se alivie de la presión de los sentidos. Cuando estaba más tranquilo, ya en el frontis del edificio de la Central Estatal de Policía, alzó la mirada y sus ojos no alcanzaban a ver, lo que a fuerza de cogote deseaba leer. En definitiva, estirando su cuerpo por completo como un ganso, notó que las columnas dóricas terminaban sosteniendo un triángulo de frontis. Allí figuraba una inscripción en latín: Veritas liberabit vos. ¡Casi nadie puede leer en lengua muerta y éstos ponen inscripciones en latín! La verdad te hará libre. Recuerdo que eso mencionó mi padre sobre esa frase, y se reía mucho; sí, siempre se reía mucho al pasar por acá. ¡Pobre padre! ¡Está grande y senil!... ¿Cuándo podré ir a verlo?… ¡Ese lugar dónde está!... Es lejos y está la periferia, la pampa y las montañas entre medio de la ciudad y el Geriátrico. Hecho así para que no vayamos… Lo sé, y es duro su sufrimiento, allí, solo, con otros solos. Faltaba un minuto para las ocho de la mañana. Extendió su flequillo hacia atrás e hizo un gesto de desprecio. Subió las escaleras eternas de la Central Estatal de Policía.
Llegó al portal inmenso, donde entran y salen miles de uniformados y civiles cada día. Sabía en qué sección trabajaría, también el escritorio que ocuparía. Ya conocía el lugar. Un detective privado sin relaciones estatales poco puede hacer, aunque disponga del peculio del cliente. Por eso saludó a éste por aquí, aquélla por allá. Notó que había más mujeres policías que de costumbre. La Vieja sigue metiendo mano en los entuertos del gobierno. La ley habla de la mitad femeninos y la otra, masculinos, se dijo, indignado. Como de memoria llegó a la Sección de Investigaciones, y al abrir la puerta, todos se pusieron de pie y lo aplaudieron. ¡Al fin, Ixpi!, expresó una mujer uniformada mirándolo, tiernamente. Otra salió de atrás de aquélla, le dio un beso en la mejilla y le murmuró al oído: ¿Cuándo me vas a recitar unos versos de amor?, y susurró algunos. La situación chocó al detective, pero disimuló cuanto pudo. Sucede que ella se los pronunció en una lengua viva asquerosa, y él le había recitado a Marechal −poeta de lengua muerta, prohibido por la voz omnipotente de Ixmacuné−. Esta prohibición no era necesaria, pues en el tiempo de apogeo de la lengua muerta se lo leía poco y casi no se lo comprendía. Él, en una noche de puro sensualismo, la miró con ternura y dijo: Tus ojos son como dos mañanas juntas. Y ella respondió: Ixpi, ¡cómo suena ese idioma!, pero ¿cómo pueden ser mis ojos dos mañanas si sólo miran y son partes del cuerpo humano? El decepcionado detective, a duras penas, explicó: Es una comparación, y si le sacás el como, queda una metáfora. Tus ojos son dos mañanas juntas. ¡Ah, Ixpi, no entiendo nada!, igualmente suena lindo… ¡Tus labios!... Ixpiyacóc no podía dejar de sufrir la pérdida de la figuración, de la metáfora, de lo no-literal. Las personas no entendían ni su idioma, ni su forma de pensar. Era anulado por el fanatismo y amado por su musicalidad y su figura corporal. Un verso evocó otros, todos de Marechal: Hay en mi corazón una granada / sin abrir todavía. Es que mientras saluda a sus treinta y tantas compañeras y sus tres compañeros, una, quizá la más intuitiva y memorística (Mnemosine se llamaba), justo antes de saludarlo, les murmuraba a sus compinches: Miren, acá está uno de los pocos varones heterosexuales, una momia viviente, el tipo. Y se reían todas al compás de la voz de la hembra alfa, como le decían sus detractores. Esta mujer, la Generala, pertenecía a la cúpula del LGNBT, y cuando le tocó el turno de dar la bienvenida al detective, le susurró al oído: Sé que fuiste tú quien recitó los versos de la granada a ese pobre varoncito. ¡No te hagas el tonto conmigue, machirulo! Recordó que su amigo, tal vez por haber apreciado la musicalidad de los versos, se los memorizó. Y no tuvo mejor suerte que, un tanto enojado con un policía estatal, recitárselos. De inmediato, fue esposado y encarcelado. Por suerte, no hallaron la granada, pero fue enjuiciado por calumnias al lenguaje. “Porque expresar algo figurativo es un delito”, se repitió el detective irónicamente. Al salir de sus abstracciones, vio a su compañera increpadora alejarse con una sonrisa entre dientes, y advirtió a una jovencita que le pareció de una belleza física extraordinaria. Veía que se demoraba para ir a saludarlo, veía que especulaba, aguardando que las demás fueran antes que ella. La muchacha lucía pálida, inmóvil; cuando no bajaba la vista, se enfocaba en el piloto del detective sin llegar a su rostro. Ixpiyacóc intentaba observarla de cuerpo entero, llegar a sus ojos y develar el misterio. ¡Hay un enigma ahí!, esta chica es bella y peligrosa. Parece de la Policía Interna. Seguro lo es; pretenden controlarme a través de una mujer bella; la historia se repite, y los dioses adversos arman a sus mujeres bellas e insoportables para desquiciarme y dominarme mejor. Y mientras espe-raba que viniera la joven, se aproximó otra compañera a saludarlo. Y ésta, que se presentó con el nombre de Corina, también le habló al oído, abriendo su boca de labios color púrpura: Machirulo, estás confiado porque gustan tus genitales, pero conmigue no podrás jugar el jueguito de las conquistas. Ya lo creo, dijo para sí el otro, con ese pelito corto y lacio adosado a formas tan femeninas… ¿no denotan el estrepitoso amor hacia una mujer con gran pene? ¡Extraña paradoja! Anotó: “Tener cuidado con la lesbiana endogámica”.
Luego, entre las mujeres ya sólo quedaba la muchacha pálida, entonces ésta alzó su mirada y caminó hacia el detective. En ese movimiento que pareció lento, Ixpiyacóc notó que la palidez de la joven la embellecía aún más, haciendo gala de un cabello lacio, negro y largo hasta la cintura. Sus ojos negros muy profundos y su nariz sumamente condicionada por el equilibrio: ni respingada ni aguileña; sus mejillas apenas coloradas: ni muy grandes, ni muy pequeñas; su boca igual, ni grande ni chica; sus labios en forma de corazón: rojo cereza. De sus rasgos, sólo sus labios sobresalían más por su color que por ser pulposos. Era esbelta, al tiempo que su caminar no se veía exagerado ni muy femenino como para parecer actuado, ni desparejo como para ser masculino, semejaba a una Venus de Milo en movimiento. Ese equilibrio de formas configuraba a Arabela. Llevaba un pantalón de vestir negro y al cuerpo, una holgada blusa rosa victoriana y mocasines haciendo juego. Vestía, entreabierta, una gabardina negra. Arabela ya se acercaba al detective. Éste se ruborizó, sus cachetes parecían naranjas bien redondas. La muchacha lo saludó en la mejilla con un beso, y manifestó: Soy Arabela, mucho gusto. El otro quedó alelado, algo en su interior resonó, ¿la trompeta, la campana?, ¿qué era? Suena una trompeta en mí, ¿es la de los ángeles o la mísera guerra terrenal?, ¿o acaso es la del héroe en aras de cumplir su destino? ¡Ah!, respondió el detective volviendo a la realidad, el gusto es mío, señorita. Y estaba por comentarle que “Arabela” era el mismo nombre de una dama misteriosa, de una leyenda que, al volverse a contar, cobra vida. Pero se calló. Lo hizo para no morir. Él mismo se dio cuenta. Quedaría en evidencia. Y se dijo: Lo sé. Buscan que quede yo en evidencia, sólo porque saben de mis conocimientos en Literatura e Historia. La Vieja y sus súbditos quieren que caiga en la trampa y no lo haré. ¡Juguemos a las escondidas!...
Durante las cavilaciones de Ixpiyacóc, se acercó una persona. Lo besó en la mejilla mientras aquél se hallaba dubitativo y estático, y luego se presentó: Soy Panvenus, estoy a su disposición, detective. Yo manejo los archivos de esta sección, concluyó. Es un placer, respondió el otro. El detective no salía de su asombro. A simple vista, Panvenus parecía una mujer voluptuosa, aunque un poco extravagante; mas Panvenus era transexual, y si bien el detective no lo ignoraba, le seguía pareciendo curioso. Es confuso, nunca sabré qué es, ¿señor o señora? En fin, ¡qué compañeros, María Santísima!, se dijo. Y tras irse la transexual, le tocó el turno de presentarse al primer varón de toda la sección: ¡Un gusto, detective!, soy H. Dumpty, teniente coronel y compañero suyo. Trabajaremos juntos en varios casos. ¡Ojalá hagamos una buena dupla! A su disposición, dijo Ixpiyacóc. Digo lo mismo, detective, espero que seamos buenos camaradas. Se dio cuenta de la voz de chifle del que se presentó. Reconoció a un homosexual en Dumpty, no sólo porque su traje de lino blanco y el sombrero del Orgullo Gay le parecieron poco reconocibles en un policía, sino que se comunicaba cordialmente, con respeto y delicadeza, y además tenía una evidente mirada libidinosa. No bien se marchó del lado de Ixpiyacóc, apareció Pitágoras, que por la terminación de su nombre parecía varón; pero éste no tardó en saludar y definirse: ¡Bienvenido detective!, soy Pitágora. Ahora, en este momento, me concibo como varón y quito la letra “s” final al nombrarme. Por eso esperé que todas las mujeres lo saludaran primero. Gracias, Pitágora, le agradezco su simpatía, respondió el otro. Bueno usted ya sabe que hoy me percibo hombre, detective; en cambio, para mañana me presiento una mujer, apenas, porque habrá luna nueva. ¡Ah, muy bien!, espero que disfrute de su autopercepción del día de mañana, Pitágora. Gracias, detective, y si estuviera siendo plenamente mujer, le diría que usted está para comérselo vivo. Pero debo corregir los impulsos femeninos que brotan ahora que lo conozco en persona, concluyó. Ixpiyacóc sospechó que Pitágoras le tendía una trampa, como el resto del LGNBT. Quieren saber qué opino, qué tanto sé de toda esa ingeniería social inversa de la Vieja Ixmacuné. Ellos son sus súbditos, no lo dudo. Lo único lamentable es que Arabela sea de la misma tela que sus compañeros.
Enseguida sonó el timbre de descanso. Habían perdido una hora en presentaciones y bienvenidas. Esto no era nada. Hubo agobiantes presentaciones y bienvenidas de hasta cinco horas. Ahora gobernaban Los Gemelos y, muchos ciudadanos, aseguraban que harían transformaciones y restituirían el régimen rígido de las instituciones gubernamentales.